Duro con otros

«Entonces Natán dijo a David: «Tú eres aquel hombre». — 2 Samuel 12:7 (NBLA)

El rey David, al escuchar la parábola de Natán sobre el hombre rico que robó la única ovejita del pobre, se llenó de una justa y ardiente indignación. Su juicio fue rápido e implacable. Sin embargo, en ese momento de fervor, no vio su propia falta reflejada en la historia. Fue solo cuando Natán pronunció la frase, «¡Tú eres aquel hombre!», que la dura realidad lo golpeó.

Esta escena nos confronta con una verdad incómoda: somos expertos en detectar y condenar los errores y fallas de los demás, mientras que para nuestros propios deslices encontramos excusas, atenuantes, o simplemente los ignoramos. Es fácil criticar la viga en el ojo ajeno, pero la paja en el nuestro pasa desapercibida o es disculpada con facilidad (Mt. 7:3-5).

La historia de David nos llama a una sincera autoevaluación. La gracia comienza a operar cuando somos capaces de mirar el espejo que la Palabra o un amigo fiel nos pone delante y, con humildad, admitir: «Yo soy aquel hombre».

Oración: «Señor, ayúdame a ver mis propios pecados con la misma claridad con que veo los de los demás, para que mi arrepentimiento sea genuino».

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