Crucificado

«Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos». — Gálatas 5:24 (NVI)

Este versículo nos ofrece una imagen poderosa: seguir a Jesús es tomar una decisión radical, la de crucificar la carne. La «carne» aquí no se refiere a nuestro cuerpo físico, sino a esa inclinación al egoísmo, al orgullo y a los deseos que nos alejan de Dios y su voluntad.

Crucificar algo es un acto definitivo; no es solo dejarlo a un lado por un rato. Implica reconocer que esa vieja manera de vivir, guiada por nuestras pasiones y deseos egoístas, ya no tiene autoridad sobre nosotros. Al pertenecer a Cristo, hemos sido liberados de esa tiranía.

Esta no es una batalla de un solo día, sino una postura diaria. Cada mañana, elegimos si alimentar el espíritu o ceder a la carne. El llamado es a vivir de tal manera que, a través del poder del Espíritu Santo, los deseos de nuestra antigua vida estén atados a la cruz, permitiendo que la vida de Jesús se manifieste en nuestras acciones y pensamientos. Es un acto de fe y obediencia que nos lleva a experimentar la verdadera libertad en Cristo.

Oración: «Señor Jesús, hoy reconozco que he sido unido a ti. Ayúdame a recordar que he sido crucificado contigo, y dame el poder para vivir hoy en la libertad que trae una vida rendida a tu voluntad. Amén».

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