«Tras el orgullo viene la destrucción; tras la altanería, el fracaso». — Proverbios 16:18 (NVI)
El orgullo es uno de esos pecados que disfrazamos fácilmente. Se esconde en frases como «yo tengo razón», «yo no necesito ayuda» o «lo mío no es tan grave». Pero termina alejándonos de Dios y de los demás.
Este proverbio nos advierte: el orgullo precede a la caída. No siempre lo vemos venir, pero va acumulando actitudes que nos alejan del consejo, de la corrección y de la humildad.
La buena noticia es que Dios también dice que al humilde le da gracia (Prov. 3:34; 1 Pe. 5:5). No hay que esperar a caer para volver a mirar al cielo. Podemos reconocer ahora nuestras actitudes altivas y pedirle a Dios un corazón más dócil.
Hoy es una buena oportunidad para revisar si hay orgullo en tu forma de pensar, hablar o relacionarte. La humildad no es debilidad, es sabiduría.