Herencia para los mansos

«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra». — Mateo 5:5 (RVC)

En un mundo que valora la fuerza y el dominio, la mansedumbre es a menudo una cualidad malinterpretada. Ser manso no es sinónimo de debilidad o pasividad; más bien, es una fortaleza que se manifiesta en la paciencia, la humildad y la confianza en Dios. Es la capacidad de controlar nuestras reacciones y de responder con gracia ante las adversidades, en lugar de con ira o agresión.

La promesa de heredar la tierra se refiere a mucho más que un lugar físico, es la plenitud de vida en la que experimentamos la paz y la bendición de Dios, en Cristo. Los mansos son aquellos que viven en armonía con Dios y con los demás, construyendo relaciones sólidas y duraderas. Su corazón humilde les permite recibir la guía divina y encontrar contentamiento en cualquier circunstancia.

En un mundo ruidoso y competitivo, la mansedumbre es un refugio. Nos enseña a ceder el control y a confiar en la providencia de Dios. Al cultivar esta virtud, abrimos la puerta a una vida de verdadera libertad y propósito, una vida donde la herencia no se gana por la fuerza, sino por la gracia.

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