«No juzguen para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes». — Mateo 7:1-2 (NVI)
Este pasaje nos ofrece una perspectiva profunda sobre la forma en que interactuamos con los demás y las consecuencias de nuestras acciones. Jesús no nos prohíbe discernir o reconocer el pecado, sino que nos advierte contra una actitud de juicio hipócrita y condenatorio. Cuando juzgamos a otros, a menudo lo hacemos desde una posición de autosuficiencia, ignorando nuestras propias fallas (vv. 3-5). Esta actitud no solo daña a quienes juzgamos, sino que también nos perjudica a nosotros mismos, ya que nos volvemos susceptibles a ser medidos con la misma vara.
La esencia de este pasaje es un llamado a la humildad y la misericordia. Antes de señalar la paja en el ojo ajeno, se nos invita a examinar la viga en el nuestro. Esto no significa ignorar el mal, sino abordarlo con amor, comprensión y la conciencia de que todos somos imperfectos y dependemos de la gracia de Dios. Al extender gracia y compasión, cultivamos un ambiente donde el perdón y la sanación pueden florecer, reflejando el corazón de Dios, quien es lento para la ira y abundante en amor (Sal. 86:15).
¿Cómo podemos aplicar este principio en nuestra vida diaria? Podríamos empezar por practicar la empatía, intentando ver las situaciones desde la perspectiva de los demás. También es útil recordar que cada persona está librando una batalla de la que no somos conscientes. Al soltar el hábito de juzgar, podemos usar nuestra energía para amar y servir, construyendo relaciones más fuertes y saludables, y viviendo de una manera que honra el llamado de Jesús a la compasión y el perdón.