«Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado». — 1 Samuel 3:13 (RVR60)
Este pasaje nos golpea con una verdad difícil. Elí, un notable líder espiritual en un período crítico de la historia de Israel, no corrigió la maldad de sus hijos, y esto tuvo consecuencias trágicas. Nos recuerda que la fe no es solo para el templo o la iglesia; debe vivirse en casa, en la crianza de nuestros hijos.
Pero el principio va más allá de la familia. La autoridad, en cualquier ámbito —laboral, comunitario, de liderazgo— conlleva una responsabilidad sagrada. Se nos confía una posición para guiar, proteger y, sí, también para «estorbar» (detener o impedir) lo que va en contra de la voluntad de Dios o lo que daña a otros.
A veces, la parte más dura de amar o de liderar es decir «no» y establecer límites, especialmente cuando duele o es impopular. La inacción de Elí no solo afectó a su familia, sino también a su comunidad y a su legado.
¿Hay áreas en nuestras vidas donde necesitamos actuar, aunque sea difícil? ¿Dónde estamos quizás permitiendo que la «ceguera voluntaria» o la comodidad nos impidan confrontar lo que está mal, ya sea en nosotros mismos o en quienes amamos y lideramos? Este pasaje nos invita a una profunda reflexión sobre la responsabilidad que viene con la autoridad y las consecuencias de nuestras elecciones.