«Y dijo Dios: “¡Que haya luz!”. Y la luz llegó a existir. Dios consideró que la luz era buena y la separó de las tinieblas». — Génesis 1:3-4 (NVI)
El primer acto de Dios fue un mandato: «¡Que haya luz!». En medio de la oscuridad y el caos, su voz trajo orden. Así también, nuestras vidas sin Cristo solo pueden ser caóticas, confusas y oscuras, pero al igual que en la creación original, Dios quiere traer orden y claridad a nuestros corazones.
El apóstol Pablo conecta esto con nuestras vidas al decir que el mismo Dios que ordenó la luz al principio, ha hecho que su luz brille en nuestros corazones por medio del evangelio, «para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Jesucristo» (2 Cor. 4:6). Solo siguiendo a Jesús en la vida podemos experimentar el poder de esa voz que habla la verdad y separa la luz de las tinieblas, permitiéndonos ver con claridad.
A medida que escuchamos su voz y caminamos en el evangelio, Él separa lo que es bueno de lo que no lo es. Así, nuestras vidas dejan de ser un caos y reflejan su orden y propósito.